¿Y EL AMOR A UNO MISMO?

Escuchamos hoy de nuevo los dos mandamientos que resumen la vida cristiana: amor a Dios por encima de todo y al prójimo como a uno mismo. San Agustín, agudo comentarista de las Escrituras, se plantea por qué no se manda el amor a uno mismo. Amor cuya realidad sí se reconoce al decir «…y al prójimo como a ti mismo». La respuesta que él ofrece es que no es necesario exhortarnos a ese amor mediante un mandato, pues de modo natural todos nos amamos a nosotros mismos. Lo que sucede -continúa diciendo- es que nos amamos mal; porque buscamos nuestra felicidad, tantas veces, en donde no se encuentra: en la satisfacción egoísta de nuestros placeres o de nuestros intereses. Por eso nos explica el santo: «Mas, puesto que muchos van a la perdición por amarse mal, diciéndote que ames a tu Dios con todo tu ser, se te dio al mismo tiempo la norma de cómo has de amarte a ti mismo. ¿Quieres amarte a ti mismo? Ama a Dios con todo tu ser, pues allí te encontrarás a ti, para que no te pierdas en ti mismo”.

Lo mismo nos decía san Juan Pablo II, cuya fiesta celebrábamos el domingo pasado, en su primera homilía como sucesor de Pedro: «No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! (…) ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce! Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, –os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza– permitid que Cristo hable al hombre”.
P. Santiago García

Acerca del autor

admin2974