CAPÍTULO 15. PROCLAMAR A LA IGLESIA

El Evangelio de san Mateo contiene una tercera lección que es importante para la nueva evangelización: la indispensabilidad de la Iglesia. De los cuatro evangelistas, Mateo es el único que se refiere explícitamente a la Iglesia. En dos ocasiones escuchamos la palabra ecclesia de labios de Jesús: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18) y «Si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, tenlo por pagano y publicano» (Mt 18, 17). Esos dos pasajes nos dicen que la Iglesia es una parte esencial de la misión evangélica de Jesús, y que no solo se le ha dado el poder de predicar el Evangelio y realizar milagros, sino también una autoridad divina. Y esos dos textos nos ayudan, por primera vez, a ver que el Reino al que se hace referencia a lo largo del Evangelio de Mateo y la Iglesia son una y la misma cosa. De hecho, Cristo no está dando a Pedro dos encargos distintos cuando le dice, por un lado, «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» y cuando le dice, por otro lado, «Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 19). Las dos tareas van juntas, porque la Iglesia y el Reino no son instituciones o entidades separadas. Están, más bien, inseparablemente unidas.

Esa unión entre Reino e Iglesia, Rey y Reino, es la que confiere autoridad a la Iglesia. Consideremos de nuevo el pasaje de Mateo 18, 17: «Si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, tenlo por pagano y publicano» (la cursiva es mía). Las palabras de Jesús parecen implicar que no escuchar a la Iglesia es prácticamente imposible. En el sentir de Jesús está que los hombres deben escuchar a la Iglesia, necesitan escuchar a la Iglesia. No escuchar a la Iglesia es no escuchar a aquellos a quienes el Rey ha puesto como responsables del Reino, que es lo mismo que no escuchar al Reino. Reconoce que, a pesar de todo, algunos no escucharán a la Iglesia, pero eso no disminuye la autoridad que la Iglesia tiene sobre ellos. La autoridad pertenece a la Iglesia por derecho: un derecho que el Rey le ha confiado.

El Evangelio es Cristo el Rey. Pero es también Cristo el Cuerpo del Rey. Es su Iglesia. Eran inseparables en los Evangelios y son inseparables ahora. Este es el motivo por el que no proclamar a la Iglesia –no proclamar sus enseñanzas, su autoridad, su naturaleza de familia de Dios extendida por todo el mundo y fundada por el Hijo que el Padre envió mediante el Espíritu Santo– es no proclamar la plenitud del Evangelio católico.
Scott Hann

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