Al compartir la fe, la fe crece. Al enseñar la fe, la fe se entiende. Y, mediante el testimonio de la fe, nuestro testimonio se perfecciona. Si hoy en día los católicos tenemos a veces una fe débil, el motivo, en parte, radica en nuestra resistencia a compartir esa fe. Cuanto más nos guardamos la Buena Nueva para nosotros, menos «buena» resulta la nueva. Nos entra la tentación de dejar de verla como lo que realmente es:
un mensaje verdadero y esencial para todo ser humano y para la vida humana en su totalidad. En vez de eso, empezamos a verla como un mensaje que solo es verdad para nosotros. Un católico no puede permitirse el lujo de pensar así. Y menos hoy en día. Y menos en esta cultura. Necesitamos evangelizar porque la cultura y los hombres y mujeres inmersos en ella necesitan la fe que nosotros tenemos que compartir con ellos. Los sacerdotes y los religiosos no pueden llegar donde llegan los laicos. No pueden llegar a la gente a la que podemos llegar nosotros.
Cuando los católicos salimos de nuestros hogares y parroquias, constatamos que la cultura circundante es muy diferente a hace unas décadas. Nos golpea en la cara como una bofetada de aire helado. La cultura se ha vuelto tóxica, y es tan grande la distancia que separa la vida que la Iglesia nos invita a vivir y la vida a la que nos invita la cultura que no podemos salvarla. Pero, aunque no podamos salvar esa distancia, podemos intentar cerrar la brecha. A eso nos llama la nueva evangelización. Nos llama a transformar no solo a las personas concretas, sino toda la cultura, haciéndonos ver que, así como la descristianización de la cultura ha alejado de la Iglesia a innumerables hombres y mujeres, del mismo modo puede la recristianización de la cultura hacer que los hombres y mujeres vuelvan a la Iglesia.
Eso es lo que hacemos cuando compartimos nuestra fe –mediante nuestro testimonio silencioso o acompañado de la palabra– con la gente de nuestros vecindarios y comunidades, colegios y lugares de trabajo. Estamos transformando la cultura cuando presentamos a quienes están inmersos en ella a la Persona que transformará la esencia misma de sus vidas. Estamos también acogiéndoles en una familia de creyentes que caminará a su lado mientras se esfuerzan por vivir la vida a la que Dios les llama.